El anuncio de una nueva política arancelaria por parte del presidente Donald Trump ha generado una oleada de reacciones a nivel global. Las bolsas internacionales han sufrido fuertes correcciones debido al impacto negativo que estas medidas podrían tener en la economía mundial, incluida la estadounidense. Sin embargo, la concesión temporal realizada por el gobierno norteamericano parece abrir una ventana para negociaciones. Este artículo analiza las falacias fundamentales detrás de los planes arancelarios de Trump, sus efectos económicos y las posibles estrategias de respuesta.
En un mundo donde el comercio internacional se basa en la especialización productiva, los déficits comerciales persistentes no pueden atribuirse exclusivamente a barreras arancelarias. La hipótesis trumpiana es errónea ya que ignora factores como el consumo interno excesivo en Estados Unidos. Además, aplicar aranceles drásticamente a países con acuerdos de libre comercio, como Corea del Sur o Israel, demuestra una falta de rigor en el análisis económico. Estas medidas no solo afectan a terceros países sino también a la propia economía estadounidense.
Reducir todos los desequilibrios bilaterales mediante aranceles no garantiza una disminución significativa del déficit comercial total de EE.UU., que alcanzó el 4,2% del PIB en 2024. Este fenómeno refleja que Estados Unidos consume más de lo que produce, dependiendo de importaciones externas. Para corregir este problema, sería necesario reducir el gasto público y ajustar ingresos y egresos, algo que no puede lograrse únicamente con políticas proteccionistas.
La historia muestra que utilizar aranceles como herramienta de presión suele tener escaso éxito. Un ejemplo claro es el impuesto al pollo impuesto por EE.UU. en 1964 contra Francia y Alemania, el cual sigue vigente hoy en día sin haber logrado su objetivo inicial. Analizando casos similares entre 1975 y 1993, se concluyó que estas estrategias solo tuvieron éxito en el 17% de las ocasiones.
Ante esta situación, la Unión Europea debe evitar responder con represalias que puedan perjudicar aún más su economía. En lugar de entrar en una guerra comercial, sería más inteligente liderar acuerdos de libre comercio con aquellos países afectados por las medidas de Washington. Desde una perspectiva española, mantener la competitividad empresarial es fundamental para mitigar los efectos negativos de estos shocks arancelarios. Reducir costes fiscales, regulatorios y burocráticos podría ayudar a adaptarse rápidamente a las nuevas condiciones del mercado.
Finalmente, frente a las propuestas gubernamentales que aumentarían aún más la deuda pública, sectores como el centro derecha deben buscar alternativas responsables. Asimismo, España debe reconsiderar su posición diplomática, especialmente si busca mediar en conflictos comerciales globales sin poner en riesgo su propia estabilidad económica. Una respuesta estratégica y equilibrada será crucial para enfrentar tanto las medidas actuales como cualquier endurecimiento futuro de la política arancelaria estadounidense.