En los últimos años, países como Chile y España han experimentado una reducción significativa en sus tasas de natalidad y fecundidad. Esta disminución ha llevado a cambios profundos en las estructuras familiares y en la economía de afectos entre generaciones. La preocupación sobre quién pagará las pensiones del futuro y el aumento de la migración como solución demográfica son solo algunos de los temas que emergen de este fenómeno. A medida que más personas deciden no tener hijos, la herencia se desvía hacia otros parientes, redefiniendo las relaciones familiares y la distribución de riqueza.
En un mundo donde la tasa de natalidad se ha reducido drásticamente, tanto en Chile como en España, se observa un cambio radical en cómo se organiza la sociedad. En el caso chileno, con una tasa de natalidad de 12 por mil habitantes y una fecundidad de 1,5, y en España, donde estos números son aún más bajos (7 por mil y 1,2 respectivamente), la población está decreciendo naturalmente. Este escenario ha generado preocupaciones económicas y sociales, especialmente en relación con el futuro de las pensiones y la necesidad de migración para mantener la fuerza laboral.
Un aspecto menos discutido pero igualmente relevante es cómo esta baja fecundidad está reconfigurando las relaciones familiares. Con cada vez más personas sin descendencia directa, la herencia se dirige hacia sobrinos y otras relaciones de tercer grado. Esto tiene implicaciones fiscales importantes, ya que las leyes de sucesiones imponen cargas tributarias más altas para estas transferencias. En Chile, por ejemplo, un patrimonio heredado por un sobrino puede enfrentar un impuesto del 27,5%, mientras que en España, la carga puede llegar al 30% o más, dependiendo de la región.
Este cambio en la dinámica familiar también plantea nuevas formas de solidaridad social. El Estado y las organizaciones benéficas pueden beneficiarse de las donaciones y herencias de quienes no tienen hijos directos, lo que podría fortalecer el sistema de bienestar social de manera inesperada. Además, surge una reflexión ética sobre el destino de la riqueza acumulada y quiénes deberían ser sus beneficiarios.
Desde una perspectiva sociológica, la baja fecundidad está redefiniendo qué significa ser parte de una familia. Las relaciones entre tíos y sobrinos ganan importancia, y la inversión emocional y económica se desplaza hacia estas conexiones. Esto podría llevar a nuevos tipos de conflictos intrafamiliares, así como a una reconsideración de los lazos sociales y la solidaridad en una sociedad donde la familia tradicional ya no es la norma.
La baja fecundidad no solo es un problema demográfico, sino que también está transformando profundamente nuestras relaciones y la forma en que entendemos la riqueza y la solidaridad. Es un tema que merece una atención cuidadosa y una reflexión colectiva sobre cómo deseamos que nuestra sociedad evolucione en el futuro.