En un movimiento único en América Latina, Uruguay decidió secularizar sus festividades religiosas hace más de un siglo. En lugar de seguir las celebraciones tradicionales cristianas, este país eligió reinterpretar estas fechas con una perspectiva más inclusiva y universal. Desde 1919, los uruguayos han transformado la Navidad en el Día de la Familia, convirtiendo así una fiesta religiosa en una oportunidad para honrar los vínculos entre seres queridos. Este cambio refleja una serie de reformas que separaron al Estado de la Iglesia católica, estableciendo un modelo de gobierno laico que ha sido estudiado internacionalmente.
Desde finales del siglo XIX hasta principios del XX, Uruguay implementó diversas medidas para desvincular al Estado de la influencia eclesiástica. En un período dorado de progreso social, se introdujeron leyes que modificaron aspectos fundamentales de la vida cotidiana. Los cementerios pasaron a ser administrados por el Estado en 1861, mientras que en 1885 se hizo obligatorio el matrimonio civil. Posteriormente, en 1907, se legalizó el divorcio y se eliminaron referencias religiosas en juramentos oficiales. Una década después, en 1917, se promulgó una nueva Constitución que formalizó la separación entre Iglesia y Estado.
A lo largo de este proceso, el gobierno también cambió la denominación oficial de varias festividades religiosas. La Navidad se convirtió en el Día de la Familia, el Día de Reyes en el Día de los Niños, la Semana Santa en la Semana de Turismo y el Día de la Virgen en el Día de las Playas. A pesar de estos cambios en el calendario oficial, las celebraciones tradicionales continúan siendo importantes para muchos uruguayos, quienes decoran árboles y comparten comidas especiales durante la época navideña.
Este camino hacia la secularización no solo afectó las festividades, sino que también influyó en la educación y la cultura del país. En 1909, se prohibió la enseñanza de la religión en escuelas públicas, reforzando la idea de una sociedad basada en valores laicos. Estas reformas fueron impulsadas por figuras como José Pedro Varela, quien abogó por una educación gratuita y obligatoria sin influencias dogmáticas.
Desde entonces, Uruguay ha desarrollado una identidad cultural única. Según estudios recientes, casi un tercio de la población no se identifica con ninguna religión específica, lo que destaca su posición como uno de los países menos religiosos de América Latina. Sin embargo, esto no significa que las tradiciones navideñas hayan desaparecido; simplemente han evolucionado para adaptarse a una sociedad más diversa y pluralista.
Como observador, me parece fascinante cómo Uruguay ha logrado mantener un equilibrio entre respetar las tradiciones y promover la inclusión. El hecho de que la Navidad sea reconocida oficialmente como el Día de la Familia sugiere una visión más amplia de la celebración, centrada en los lazos humanos más que en dogmas específicos. Esta aproximación ofrece una lección valiosa sobre cómo las sociedades pueden evolucionar sin perder su esencia, adaptándose a los tiempos cambiantes mientras honran sus raíces históricas.