La moda real siempre ha sido un tema fascinante, y el estilo único de la infanta Elena marcó un antes y un después en los años 90 y principios de los 2000. Durante este período, su matrimonio con Jaime de Marichalar no solo significó un cambio personal, sino también una transformación en su forma de vestir. A partir de ese momento, su apreciación por colores vibrantes y siluetas innovadoras se convirtió en una fuente de inspiración para muchos. En eventos internacionales, como la celebración de las bodas de oro de Isabel II y Felipe de Edimburgo, la infanta destacó con un mantón bordado que sigue siendo icónico décadas después.

En el ámbito de la diplomacia real, la moda juega un papel fundamental en transmitir mensajes sutiles. Durante la celebración de las bodas de oro de los monarcas británicos en 1997, la familia real española asistió con sus mejores galas. La infanta Elena eligió un vestido de terciopelo morado que resaltaba su figura, pero fue su mantón rosa pastel lo que capturó todas las miradas. Este accesorio español tradicional, reinterpretado con flores bordadas, simbolizaba una conexión entre la cultura nacional y las tendencias modernas. Además, su gesto facial reflejaba una felicidad oculta: estaba embarazada de su primer hijo, añadiendo un toque especial a su presencia en aquel evento histórico.

El legado de la infanta Elena perdura incluso hoy en día, cuando el mantón se ha convertido en un elemento indispensable para invitadas de bodas contemporáneas. Inspiradas por su audacia, figuras como la aristócrata Laura Vecino han llevado esta prenda al siguiente nivel, utilizando el mantón como pieza central del atuendo. Esta evolución demuestra cómo el impacto de la moda real trasciende generaciones, conectando pasado y presente en una celebración constante de la elegancia y la creatividad. La influencia de la infanta Elena sigue siendo un recordatorio de que la moda puede ser tanto un arte como una declaración cultural.