En los últimos tiempos, el gobierno chino ha logrado posicionar su imagen global como un socio confiable para diversos sectores económicos y políticos. Este cambio perceptivo se debe en gran medida a las acciones del actual gobierno estadounidense, que han dejado espacio para que China ocupe un rol más preeminente en las relaciones internacionales. Aunque Pekín sigue siendo criticado por Amnistía Internacional por sus violaciones a los derechos humanos y su control sobre Hong Kong, muchos países occidentales ahora lo ven como una opción más estable frente a la incertidumbre generada por Estados Unidos. Sin embargo, esta percepción no debe ocultar las fragilidades económicas y demográficas que enfrenta China.
La política adoptada por Donald Trump durante su mandato creó un vacío de liderazgo global que permitió a China consolidarse como una potencia económica más previsible. Mientras que las democracias occidentales esperaban transparencia y respeto a las normas internacionales, la dictadura china cumplió con ciertas expectativas al seguir reglas básicas en el ámbito comercial. Europa, en particular, incrementó su dependencia hacia China debido a la falta de alternativas viables, especialmente en sectores clave donde la integración es cada vez mayor.
Esta nueva realidad geopolítica no debe distraernos de los desafíos internos que enfrenta Beijing. Uno de los problemas más evidentes es la burbuja inmobiliaria que amenaza con colapsar, afectando significativamente su economía. En comparación con España, cuyo sector constructor representaba el 12% de su PIB antes de la crisis, China tiene una proporción mucho mayor: casi un 26%. Un derrumbe similar podría tener consecuencias devastadoras tanto a nivel nacional como internacional.
Además, China enfrenta una crisis demográfica sin precedentes. Dentro de quince años, cerca de 400 millones de personas tendrán más de sesenta años, lo que pondrá presión sobre su sistema económico y social. Esta situación recuerda a Japón en décadas pasadas, cuando el envejecimiento de la población llevó a una depresión prolongada de la demanda interna.
A pesar de su apariencia de fortaleza, China no está exenta de vulnerabilidades estructurales. Si bien su posición en el escenario mundial parece sólida, es crucial que otros actores globales comprendan estas debilidades y exploren estrategias para diversificar sus relaciones comerciales y reducir la dependencia de una sola nación. Este análisis ofrece una visión equilibrada entre las oportunidades y riesgos que implica interactuar con una potencia que, aunque poderosa, también muestra signos de fragilidad.