El arte de cuidar la lavanda va más allá de simplemente regarla. Esta planta, originaria del Mediterráneo y conocida por sus múltiples usos en cosmética y medicina tradicional, requiere atención especial para mantener su belleza y longevidad. Un aspecto crucial es la poda, que debe realizarse con precisión y en los momentos adecuados.

La poda es fundamental para evitar que la lavanda se vuelva leñosa y pierda su vitalidad. Existen diferentes periodos ideales para realizar esta tarea. Según expertos, la mejor época es a principios de primavera, después de las heladas. También se puede hacer justo después de la última floración, a finales del verano o comienzos del otoño, siempre asegurándose de dejar tiempo suficiente antes de las primeras nevadas. Algunas especies, como la española y la francesa, incluso necesitan dos podas anuales para mantenerse en óptimas condiciones.

Podar la lavanda no solo mejora su apariencia, sino que también prolonga su vida útil. Sin un mantenimiento regular, los tallos pueden volverse marrones y similares a paja seca, lo que dificulta el crecimiento de nuevos brotes. Además, una planta bien podada luce más compacta y ordenada, favoreciendo la entrada uniforme de luz solar y estimulando la fotosíntesis. Para llevar a cabo esta labor, es necesario utilizar herramientas desinfectadas y seguir técnicas específicas, como recortar aproximadamente un tercio de la planta y darle una forma redondeada.

Más allá de la poda, otros cuidados son esenciales para el bienestar de la lavanda. El riego semanal y la protección durante el invierno son fundamentales. En climas fríos, es recomendable colocar una capa de mantillo en la base de la planta o protegerla en un invernadero si está en maceta. Con estos cuidados, tu lavanda no solo sobrevivirá, sino que florecerá año tras año, llenando tu espacio de color y fragancia. La dedicación en cada detalle garantiza que esta hermosa planta permanezca saludable y radiante, convirtiéndose en un verdadero tesoro en cualquier jardín.